Salvatore Ferragamo fue un auténtico Zapatero de sueños, como así tituló su autobiografía. Este genio del calzado abrió su primera tienda de zapatos cuando tan solo tenía 12 años, aunque sería en la gran Meca del Cine, Hollywood, donde alcanzaría el éxito durante los años 20, gracias a calzar a actrices tan famosas como Greta Garbo, Marlene Dietrich o Bette Davis. El glamour caracterizó las primeras creaciones de esta firma made in Italy, la cual fue la encargada, además, de diseñar los conocidos zapatos rojos que transportaron a Judy Garland al maravilloso mundo de El Mago de Oz o de vestir los pies de Marilyn Monroe en películas tan icónicas como La tentación vive arribe.
Salvatore Ferragamo nació en 1898 en Bonito, en la región italiana de Campania. Era el undécimo miembro de una familia de campesinos integrada por catorce hermanos. Con tan solo nueve años hizo su primer par de zapatos para sus hermanas y, a partir de entonces se dio cuenta de su verdadera vocación. Después de estudiar confección de calzado en Nápoles inauguró una pequeña tienda ubicada en la casa de sus padres cuando contaba con 12 años de edad. No obstante, en 1914 emigró a Boston, Estados Unidos, donde comenzó a trabajar junto a uno de sus hermanos en la fábrica Queen Quality Shoe.
Fascinado por los cambios industriales que atisbó, en 1919 se trasladó a California y abrió un negocio centrado en la reparación de calzado. Cuando el cine se instaló en las colinas de Hollywood, Salvatore siguió la estela y empezó a producir modelos para las películas de la American Film Company. Su primer encargo fueron unas botas de cowboy para una película del Oeste y en 1923 calzó al elenco de la película Los diez mandamientos. Posteriormente abrió una tienda llamada Hollywood Boot Shop.
Su éxito fue inmediato entre las celebridades cinematográficas, lo cual le proporcionó el nombre de “el zapatero de las estrellas”, haciendo que Gloria Swanson, Bette Davis, Joan Crawford o Rodolfo Valentino, entre muchos más, se convirtieran en asiduos de su local. Sin embargo, su reputación no fue como él esperaba, pues aunque sus zapatos complacían la vista, en cambio herían los pies de quienes los calzaban, por lo que optó por estudiar Anatomía en la Universidad de California.
Durante trece años permaneció en Estados Unidos, aunque en 1927 regresó a Italia en busca de artesanos que le ayudaran con su cada vez más elevada producción. Finalmente optó por afincarse en Florencia y, un año más tarde, inauguró su nueva tienda y estableció su empresa. Comenzó así a crear calzado para famosas mujeres de la época, desde la Maharani de Cooch Behar hasta Eva Perón, Sophia Loren o Audrey Hepburn. Incluso se encargó del calzado de Marilyn Monroe para sus conocidas películas Los caballeros las prefieren rubias o La tentación vive arriba, entre otras, además de confeccionar la zapatería personal de la sensual actriz. Creaciones de glamour que, utilizando técnicas de producción aprendidas en Estados Unidos, empezó a exportar a su gran mercado americano.
En 1929 inauguró un taller en la Via Mannelli, en el que concentró el diseño y patentó modelos ornamentales casi englobados como obras de arte. Unas creaciones que, gracias a su enfoque científico, estaban repletas de grandes innovaciones que revolucionaron la hasta entonces incipiente industria del calzado. Plataformas o su famoso tacón de jaula se convirtieron en reclamo de mujeres de todo el mundo. Novedosas piezas que nacieron derivadas del crash económico de 1929, que obligó al artesano a centrarse en los consumidores italianos después de que el régimen de Mussolini le cortara el acceso a los materiales habituales.
Una limitación que impulsó su inventiva y que le llevó a idear un modelo con gruesa suela de corcho que cambiaría la historia. Las plataformas se convirtieron así en el zapato más popular y, según cálculos de Vogue, el 75% del calzado que las mujeres llevaban en los años cuarenta era una versión de las cuñas y plataformas de Ferragamo. Este éxito y su ininterrumpida relación con Hollywood le permitieron convertirse en un boyante empresario, concibiendo más de 350 patentes y unos 20.000 diseños diferentes. Desde los stilettos con refuerzo metálico que lució Marilyn Monroe hasta las sandalias invisibles hechas con nailon, los diseños con sello italiano se erigieron en únicos.
El taller de Ferragamo daba empleo a casi 700 artesanos, que realizaban más de 350 pares de zapatos a mano cada día, logrando de esta manera que la firma continuara siendo referente del lujo y fuente de inspiración para otros zapateros. En los años 50, contaba con presencia en casi todo el mundo, hasta que el 7 de agosto de 1960 Salvatore fallecía en Florencia a los 62 años de edad.
No obstante, el imperio del zapato lejos de desaparecer fue asumido por su esposa Wanda y sus seis hijos -Fiamma, Giovanna, Fulvia, Ferruccio, Massimo y Leonardo- quienes se encargaron de la gestión de la empresa. Bajo el mando de su joven viuda (se llevaban 23 años) la compañía se expandió hacia nuevos territorios y productos, como el diseño de ropa, los bolsos, los perfumes, los pañuelos o la línea de hombre.
Fiamma, que tenía 19 años cuando su padre murió y fue su aprendiz, asumió la dirección creativa de los zapatos hasta su muerte en 1998. Giovanna firmó una primera colección de ropa en 1959, a los 16 años, y en 1965 presentó la primera línea textil completa de la firma. Mientras, Massimiliano Giornetti presentó su propuesta de ropa masculina en 2007, hasta que un año después lo sucedería la canaria Cristina Ortiz al frente de la línea femenina.
Actualmente la marca aún pertenece a la familia del fundador y, tras protagonizar numerosas exposiciones, también cuenta desde 1995 con el Museo Salvatore Ferragamo, ubicado en el palacio Spini Feroni en Florencia. La sala de exposiciones se extiende por cuatro habitaciones y recopila una colección de más de diez mil zapatos creados por el artista durante más de cuatro décadas.