La empresa Loewe ha dicho adiós a Enrique Loewe Knappe, tercera generación de la familia fundadora de la firma española de lujo especializada en marroquinería, que falleció este pasado miércoles, 2 de marzo, en su domicilio de Madrid. Padre de Enrique Loewe Lynch y abuelo de Sheila Loewe Boente, Loewe Knappe fue el artífice de la expansión de la empresa durante 50 años. Gracias a su labor, hoy perdura el emblemático establecimiento de la Gran Vía, convertida en una de las boutiques más significativas de una marca con casi 170 años de historia.
La fama acompañó siempre a esta enseña de origen alemán y cuyo apellido, traducido al castellano, significa León. Visionarios y diseñadores del arte curtido en piel que hicieron de Loewe no solo una casa elegida como proveedora de la realeza sino también de numerosas celebridades, entre ellas, Ernest Hemingway o Ava Gadner. En el libro de firmas de la familia aparecen además los nombres de Cary Grant, Catherine Deneuve, Charlon Heston, Sophia Loren, Dustin Hoffman y Don Juan Carlos, entre otros.
Enrique Loewe Knappe nació en Alemania, el 23 de octubre de 1912. Hijo de Enrique Loewe Hilton, la siguiente generación del famoso fundador de la marca, aprendió desde pequeño el oficio de guarnicionería en una fábrica de estuchería y marroquinería de Offenbach. Posteriormente trabajo como dependiente de artículos de piel en Viena y luego en París, desde donde su padre le mandó a Londres para aprender administración de empresas. De regreso a su país natal, comenzó a estudiar Astronomía en Stuttgart, una carrera que tuvo que abandonar con tan solo 22 años para asumir la dirección del negocio de la familia tras la repentina muerte de su progenitor.
Fue así, como un joven inexperto en moda llegó a España en 1934 junto a su hermano Germán para prometer ante su padre que aseguraría la continuidad del acervo familiar. Un cambio abrupto que coincidió además con el estallido de la Guerra Civil dos años después, un periodo en el que la fábrica, sita en aquel entonces en la famosa calle Barquillo, fue militarizada y la producción de cuero reducida a cartucheras.
Loewe Hilton se había casado tres veces y frutos de su segundo matrimonio nacieron sus hijos Enrique y Germán Loewe Knappe, quienes se convirtieron en sus continuadores. No obstante, previo a su muerte, tuvo la visión de comprar un local en la céntrica Gran Vía madrileña, por lo que acabada la contienda civil, esa fue la génesis de la moderna Loewe tras la hecatombe que destruyó todo lo que había sido el negocio hasta entonces. Con una España sumida en la posguerra, el joven Loewe Knappe cogió las riendas de la empresa y su primer cambio se centró en hacer soñar a los demás con los escaparates de las tiendas, que se convirtieron en un ejercicio onírico en medio del racionamiento.
No obstante, para entender la historia de esta firma del lujo hay que remontarse a 1846, año en que las bodas reales de Isabel II y la infanta María Luisa Cristina copaban las conversaciones de la alta sociedad en la capital de España, donde ambos acontecimientos se vivían con gran interés. Un pequeño grupo de artesanos de la piel, localizados en la calle Echegaray, trataron de hacerse con los pedidos de estuches de tabaco, monederos, bolsos y cajas que se darían como regalos en los enlaces. Nacería así una de las marcas españolas de lujo más reconocidas, comienzos ligados a la realeza y a la aristocracia que acompañarán a Loewe a lo largo de su trayectoria.
Estos artesanos madrileños, capitaneados por los dueños del taller José Silva y Florencio Rivas, se asociarían en 1872 con otro artista de la piel llegado de Alemania, Enrique Loewe Roessberg -abuelo de Knappe- quien finalmente sería el encargado de dar nombre a la naciente firma. Su primera decisión llegó 20 años después, con la apertura de un local en la calle Príncipe, el primero que tuvo el nombre de Loewe en la puerta. Tenía 24 empleados y los encargos eran por pedido, al gusto de las damas y caballeros de la Corte, lo que fue labrando una reputación que cuajó en 1905, en otra época de bodas reales, cuando Alfonso XIII y Victoria Eugenia le confirieron el título de ‘Proveedor de la Casa Real’.
Cinco años después, Loewe inauguró sus dos primeras tiendas en Barcelona, hasta que en 1923 abrió un local en el número 7 de la calle Barquillo. Cuando el negocio comenzaba a prosperar, en 1929 el artesano alemán falleció, por lo que su hijo Loewe Hilton fue quien se quedó al frente de la empresa hasta su repentina muerte en 1934. Hechos que precipitaron la llegada de la tercera generación familiar encabezada por otro Enrique, en este caso Loewe Knappe, quien se encargó de abrir la boutique insignia en la calle Gran Vía, la cual aún sigue funcionando, Mientras, en la Ciudad Condal el original establecimiento se trasladó a Paseo de Gracia, por lo que en 1940 los hermanos Loewe deciden separarse, asumiendo Enrique el negocio en Madrid y Germán el de Barcelona.
En esos años, se contrató al diseñador José Pérez de Rozas, quien se erigiría durante 33 años en el pilar de Loewe al llevar a cabo un giro radical enfocado al lujo, convirtiendo a la firma en pionera en la revolución del diseño. Frente al contexto de pobreza en España, los escaparates se llenaron de pavos reales y aladines con turbantes, creatividades que impulsó este creativo a quien, en 1945, se le debe ser el artífice de los modelos de bolsos en boxcalf, que pronto se convertirían en los clásicos de Loewe.
Por otra parte, ya en los años 50 la grabación en España de películas comoEl Cid, 55 días en Pekín o Dr. Zhivago trajo al país a actores como Deborah Kerr, Charlton Heston, Cary Grant o James Stewart que, a su paso por Madrid, se convirtieron en asiduos de la tienda de Loewe, al igual que lo fue Ava Gardner o Ernest Hemingway. El impulso de Hollywood, como en el pasado lo fue el de la Casa Real, sería clave para la expansión de la casa, que se lanzó a abrir tiendas por toda España, entre ellas la de la calle Serrano. El éxito fue tal que en los años 60 dio el salto al extranjero con su llegada a Londres, primero con una tienda en el hotel Hilton y más tarde en Bond Street.
Ya sería en la década de los 70 cuando Loewe se adentró en la moda prêt-à-porter femenina y diseñó sus primeros pañuelos. Primero, se contrató a grandes nombres de la moda, como Karl Lagerfeld o Giorgio Armani, y se lanzó el bolso Amazona, un icono en la historia de la compañía. En 1972 se adentró en el negocio de los perfumes con L como primera referencia. En esos años, además, Vicente Vela dio vida al mítico anagrama de Loewe, el llamado ‘cangrejo’ por las L que lo conforman. En 1973, la casa española se asentaría en Japón, y con ello daría inicio a su expansión por Asia.
En los años 80 la empresa pasó a manos de Rumasa, pero tras la expropiación por parte del Estado comenzó la disgregación de la famila Loewe. En 1987, la empresa llegó a un acuerdo con el grupo de lujo Louis Vuitton Möet Hennessy (LVMH) para reforzar su presencia internacional y ese año abrió su primera tienda en París, lanzando además el perfumeEsencia de Loewe. Tiempos de consolidación de un emblema de la moda que en 1988 optó por constituirse en Fundación, impulsada por Enrique Loewe Lynch, hijo de Loewe Knepper. Una cuarta generación que aún continúa al frente de esta institución aunque ya sin derechos sobre la marca, pues en 1996 vendió sus acciones a LVMH.
En 1997 el diseñador Narciso Rodríguez se hizo cargo de la colección prêt-à-porter femenina, y en 1998 Loewe desfila por primera vez en París. Su sucesor fue José Enrique Oña Selfa y, en octubre de 2013, Jonathan Anderson sería nombrado director creativo de la marca. Actualmente, la familia sigue al frente de la Fundación Loewe, dirigida actualmente por Sheila Loewe, hija de Loewe Lynch y perteneciente a la quinta generación. Una institución dedicada a fomentar la poesía, la danza, la fotografía o el diseño, entre otros, que en 2002 recibió la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes.
La enseña vende sus perfumes en 40 países y cuenta con más de un centenar de tiendas en 33 naciones, siendo Japón el país donde tiene más presencia: está en 29 ciudades y cuenta con 12 locales sólo en Tokio. Pese a ello, hay cosas que no cambian. “El 60% de nuestros productos se hacen a mano y no es porque seamos antiguos, sino porque es la mejor manera de hacerlo”, presume Loewe.