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Paraguas de alta costura

El origen del paraguas es tan misterioso como su cóncava forma. Cuenta una leyenda china que fue inventado por Lu Mei, una joven que había retado a su hermano a idear algo que les protegiese de la lluvia. En solo una noche, ella construyó un bastón del que pendían 32 varillas de bambú cubiertas de tela, dando así forma a un accesorio que nació en el siglo XI antes de Jesucristo. No obstante, este utensilio también lo usaban los asirios 600 años antes de nuestra era, pues se han encontrado testimonios de su existencia dibujados en los bajorrelieves de Nínive, en los frescos de las tumbas y los palacios de Tebas y Menfis y en los vasos de Etruria y de Grecia, en los que se vislumbran paraguas o quitasoles confeccionados con materiales como hojas de árboles, pieles, cañas o telas.

Lo cierto es que desde el Lejano Oriente este complemento llegó a Egipto y Grecia, donde fue usado como sombrilla, a través de la famosa Ruta de la Seda. Pero, tras la caída del Imperio Romano, desapareció hasta finales del siglo XV, cuando resurgió en Francia como objeto de lujo. No sería hasta 1823 cuando el químico escocés Charles Macintosh presentaría el primer modelo impermeable, que olía fuertemente a caucho.

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El quitasol se convirtió en paraguas al llegar a Europa y, aunque a principios del siglo XX con la Belle Epoque las damas lo lucieron como sombrillas de encaje, seda y puntillas para cubrirse del sol, en la actualidad su uso se reduce a evitar que nos mojemos por la lluvia, perdiendo ese carácter de solemnidad que tuvo durante mucho tiempo como acompañante de la aristocracia, llegando a ser incluso un atributo divino al simbolizar la protección de un poder superior, puesto que dioses griegos o hindúes desfilaban en procesión protegidos por grandes sombrillas.

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Inclusive, en épocas más recientes hasta diferentes papas de Roma paseaban precedidos por dos sombrillas blancas que simbolizaban el poder espiritual y el temporal, respectivamente, e inclusive una sombrilla lució durante años en el escudo de armas del Vaticano. Mientras, en Etiopía y en Marruecos, los soberanos africanos ejercieron siempre sus funciones bajo un parasol y, sin duda, también procede de Oriente la posterior costumbre veneciana de adoptar la sombrilla como símbolo del poder del dux.

Pero, de nuevo la civilización oriental fue quien consideró a este utensilio como un instrumento útil, mientras que las nobles helenas le confirieron un carácter decorativo de sus atuendos, aunque portado por un esclavo. Las matronas romanas siguieron el ejemplo. El uso delumbráculum (quitasol) se mantuvo en Italia tras la caída del Imperio; pero en el resto de Europa se reservó exclusivamente para las ceremonias del culto, en las cuales cumplía la misión del palio actual. Durante el Renacimiento el paraguas se puso nuevamente de moda, y a menudo su uso estaba reservado a los caballeros que debían emprender largas marchas a caballo. Un detalle curioso es que en los paraguas italianos del siglo XV los mangos eran de pesada madera y se recubrían de cuero, con lo cual su peso llegaba a los dos kilos.

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Fue en la corte de Catalina de Médicis cuando el uso del paraguas volvió a renacer en las cortesanas, pero realmente sería en París donde la sombrilla se convirtió en moda. En la capital francesa, las damas decidieron que no debía emplearse el mismo accesorio para protegerse de la lluvia y del sol, por lo que los artesanos emplearon seda más fina y encajes para embellecer las lujosas sombrillas durante el reinado de Luis XIV, aunque sería en la época de Luis XV cuando aparecería el en-toztt-cas con su doble función de sombrilla y paraguas, como su lejano antepasado.

Los hombres europeos, que consideraban la sombrilla como un accesorio afeminado, la adoptaron en el siglo XVIII. El primero que usó un paraguas en público fue Jonas Hanway, un comerciante británico que observó el uso de este artilugio en sus viajes a Persia. Cuando regresó a Londres decidió salir a la calle con su protector de mano para la lluvia, pero las burlas que recibió fueron muy sonadas. Su azaña tardaría muchos años en generalizarse entre el resto de la sociedad, pero cuando Inglaterra por fin aceptó este complemento unisex, su generalización en todo el mundo sería instantánea.

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Actualmente, el paraguas es utilizado por millones de personas en el planeta con un fin casi unánime: protegerse de la lluvia. La fabricación masiva de estos complementos se ubica en la ciudad china de Shangyu, cerca de Shanghai, donde se confeccionan de baja calidad para suministrar al resto de países a precios muy asequibles. Con más de mil fábricas dedicadas exclusivamente a la producción de paraguas, parasoles o sombrillas el polígono China Umbrella City tiene una capacidad anual de 50.000 millones de unidades.

No obstante, en España aún queda algún taller artesano dedicado a confeccionar paraguas, como es el caso de la casa gallega al frente de Rogelio Lama Carballo, pero sólo Italia es el único país europeo que tiene fábrica de telas para paraguas y sombrillas. Por ello, el trabajo manual de este complemento, junto al uso de maderas nobles para un elegante mango, un varillaje bueno y resistente y una tela de poliamida puede elevar su coste a más de 120 euros por pieza.

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Precios que no pueden competir con los del gigante asiático, aunque ello no impide que amantes de las tradiciones continúen confeccionando a medida paraguas exquisitos considerados de alta costura. Así es el caso de la famosa Maison Heurtault, en pleno corazón de París, un espacio único donde el trabajo de Michel Heurtault se transforma en objetos de auténtico deseo.

Esta tienda es un mágico lugar para el visitante, que puede descubrir el trabajo de los textiles, las técnicas específicas de corte, la deformación del material y el uso de hermosas texturas para crear paraguas de increíble complejidad. En este taller coexisten herramientas actuales con otras con más de 200 años de antigüedad, las cuales se utilizan para obtener el acabado del haute couture francés. Varillas de acero flexibles y sólidas, seda, algodón, encajes, puntillas y la madera más suntuosa construye sombrillas y paraguas únicos en el mundo.

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Heurtault es un couturier autodidacta. Siempre le atrajeron los paraguas y esta pasión le llevó a formarse en corsés y a trabajar con proveedores artesanales para las grandes casas de alta costura. Yves Saint Laurent, Givenchy y Dior se convirtieron en clientes de sus elaborados corpiños de ballenas. Pero, llegó un momento en que decidió apostar por su sueño y abrir su propia empresa especializada en vestuario histórico para cine, teatro, televisión o para fiestas de disfraces en palacios de Venecia o en castillos de Francia, Austria o Inglaterra. A pesar de confeccionar multitud de diseños para nobles y famosos, el artesano decidió en 2008 dedicarse sólo a fabricar paraguas, naciendo así su Parasolerie Heurtault, sita en Viaduc des Arts, 85 en la avenue Daumesnil. Un templo de complementos hechos a mano que pueden llegar a durar hasta 30 años.

“En torno a 1910, unas 100.000 personas en París trabajan en el sector. La mayoría de los comercios y artesanos se concentraba en el barrio de St. Denis. En unas tiendas se vendían varillas, en otras telas, en otras empuñaduras… Todo eso ha desaparecido, no queda absolutamente nadie, diría que solo yo. Hoy, el 99,99% de los paraguas del mundo se produce en serie en fábricas de China, concebidos casi como objetos de usar y tirar, de baja calidad. Solo en Francia se desechan anualmente 10 millones de paraguas; en América, unos 50 millones. Alguien ha calculado que se podrían construir cinco Torres Eiffel al año con paraguas rotos. Alimentamos el sexto continente, el de los desperdicios que generamos”, explica el famoso diseñador en una entrevista al diario Expansión.

Michel Hertault.

Michel Hertault.

De vez en cuando recibe peticiones especiales, pues gracias a su particular colección de paraguas antiguos y muchos documentos históricos puede reparar o reproducir cualquier objeto. Rolls-Royce le encargó un paraguas negro con un mango de piel de mantarraya e interior forrado en seda blanca; Hermès quería una réplica exacta de uno del siglo XIX que tienen en el museo de su maison y cuyo armazón va cubierto de plumas de avestruz; ha realizado sombrillas de época para un documental sobre Versalles y otras para la película Libertador. También recibió encargos para la última comedia de Woody Allen, Magia a la luz de la luna, así como para la versión cinematográfica de Cenicienta protagonizada por Cate Blanchett.

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Solo una tienda en el mundo vende sus creaciones: el lujoso hotel Park Hyatt de Tokio. El resto se elabora en su taller parisino, donde utiliza sedas, linos, muselinas, organzas…En Italia les dan un tratamiento impermeabilizante, en el caso de los paraguas, o de protección contra los rayos UVA, en el de las sombrillas y, el cliente puede elegir entre mangos de diferentes acabados, siempre en maderas nobles, así como el color, la tela y la longitud, encargos personales que parten de 450 euros.

Herrault abre sus paraguas y sombrillas como si fueran grandes trofeos en el interior de su tienda. No cree en las supersticiones. Afirma que la falsa creencia popular de que hacerlo trae mala suerte es algo que inventaron los propios fabricantes hace más de un siglo. Si un paraguas se seca cerrado, se deteriora. Los paragüeros recurrieron a ese truco para que la gente no los abriera en sus casas, así duraban menos y tenían que repararse o sustituirse.

“Un buen paraguas se distingue por el sonido que se produce al abrirlo. Hay que sacudirlo tras la lluvia y, si es bueno, las gotas tienen que salir disparadas, del mismo modo que cuando un pájaro se quita el agua de sus plumas”, concluye.

Texto: El Atelier.
Fuentes: Expansión, Muy Interesante y Micher Hertault.
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